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Pub La Pocha: Más de 30 años ofreciendo el mejor tardeo de Madrid

Hoy, más de treinta años después de su apertura en la calle Ponzano se ha convertido en uno de los bares de copas que más se recomiendan de Madrid

A mediados de los noventa, salir de noche en Madrid no tenía filtros de Instagram ni stories de 15 segundos. Era quedar “en Ponzano” o en la boca de metro, llamar desde una cabina si alguien llegaba tarde y volver a casa con el olor a tabaco pegado a la ropa.

En esa ciudad analógica, La Pocha empezó a ganarse su sitio. Hoy, más de treinta años después de su apertura a finales de los 80, este local de la calle Ponzano 95 se ha convertido en uno de esos bares de copas que se mencionan con la misma naturalidad que si fueran parte del callejero emocional de Madrid.

En un país donde la esperanza de vida media de una empresa ronda apenas los 8–11 años, y menos del 40 % sobrevive más de cinco, llegar vivo y en forma a las tres décadas es casi una excentricidad estadística. Más aún si hablamos de hostelería, uno de los sectores más golpeados por la crisis financiera, por la pandemia y ahora por la inflación de costes y alquileres.

La Pocha no solo ha sobrevivido. Ha aprendido a hacer negocio en un sector volátil a base de algo muy poco glamuroso en Excel, pero decisivo en la realidad: entender, año tras año, qué le pide la gente a una noche de fiesta.

La clave del éxito empresarial de La Pocha

Quien hoy entre en La Pocha se encuentra un local de unos 100 metros cuadrados, con capacidad para unas 50 personas, luces bajas, columnas de ladrillo visto y una entrada reconocible al primer vistazo por sus paneles retroiluminados con el logo del bar. No hay pretensiones de coctelería de autor ni discursos gastronómicos complicados. Hay música, copas, una pista donde bailar y un equipo de sala que se permite algo cada vez más raro en muchos locales: Tratar al cliente como si fuera habitual aunque sea la primera vez que entra.

Desde el principio, La Pocha ha jugado a otra cosa. Mientras muchos bares de la zona basaban su facturación en el consumo espontáneo del fin de semana, aquí pronto entendieron que había margen en la fiesta organizada: cumpleaños, despedidas, reuniones de empresa, celebraciones de equipo. No es casual que varias plataformas lo definan como un “mítico local de Madrid” especializado en alquiler para eventos, con posibilidad de reservar la sala entera, llevar tu propio catering o contratar un barril de cerveza de 30 litros en modo autoservicio.

No parece una revolución, pero en términos empresariales sí lo es: pasas de depender solo del tráfico de barra a trabajar con ventas cerradas de antemano, tickets medios más altos y un calendario que se llena con semanas de antelación.

Ponzano antes de que existiera el “ponzaning”

Otra de las claves de la historia de La Pocha es el lugar en el que decidió echar raíces. Ponzano no es hoy una calle cualquiera: se ha convertido en una de las arterias gastronómicas de moda de Madrid, con decenas de bares y restaurantes, hashtag propio (#ponzaning) y hasta colectivos de “ponzaners” que reivindican la zona como una especie de club social extendido.

Pero cuando La Pocha abrió sus puertas, la calle era sobre todo un catálogo de bares de barrio donde tomar el aperitivo, el menú del día o la caña de después del trabajo. La alta gastronomía, los gastrobares y el desfile de grupos hosteleros llegarían más tarde.

Eso le ha dado al local una ventaja competitiva difícil de copiar: conocimiento profundo del barrio. La Pocha ha visto cómo Ponzano se ponía de moda, cómo se encarecían los alquileres, cómo se llenaba de cámaras de televisión, cómo el Ayuntamiento la declaraba Zona de Protección Acústica Especial con nuevas restricciones de horarios y ruido. Y, en paralelo, ha ido ajustando su propio modelo para seguir cabiendo en esa ecuación sin perder su esencia.

Mientras algunos locales de alta cocina se marchan buscando entornos más tranquilos, otros de copas luchan por no ser arrastrados por la saturación y la presión vecinal. La Pocha, de momento, sigue ahí, demostrando que en la longevidad empresarial pesa tanto saber resistir como saber hacerse invisible cuando toca.

En un momento en el que se habla tanto de empresas tecnológicas que nacen, crecen y se venden en pocos años, historias como la de La Pocha recuerdan que hay otro tipo de éxito posible: el del negocio que, sin grandes titulares, lleva más de treinta años encendiendo las luces al caer la tarde y apagándolas cuando el último cliente se ha ido.


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