La hipertensión, o presión arterial alta, no suele avisar. No da dolor ni molestia hasta que llega un momento que lo hace. Durante años puede avanzar en silencio, dañando poco a poco órganos vitales como el corazón, los riñones, los ojos o incluso el cerebro. Por eso entenderla no es solo cosa de médicos, también es una responsabilidad personal.
¿Qué pasa en el cuerpo cuando tienes hipertensión?
Piensa en tus arterias como si fueran una red de autopistas por donde circula la sangre. La presión arterial es, básicamente, la fuerza con la que esa sangre empuja contra las paredes de esas autopistas. Si esa fuerza es muy alta durante demasiado tiempo, los “carriles” se dañan. Se endurecen, se estrechan o se desgastan. Esto resulta en más probabilidades de sufrir infartos, ictus o insuficiencia renal.
Lo ideal es tener una presión en torno a 120/80 mmHg. Si superas los 140/90 mmHg de manera constante, hablamos ya de hipertensión. Y sí, hay niveles de hipertensión: puede ser leve, moderada o grave, pero en todos los casos conviene actuar cuanto antes.
¿Por qué sube la presión?
La presión puede subir por muchas razones. Dietas ricas en sal y procesados, vida sedentaria, estrés que no suelta, consumo habitual de alcohol o fumar como si no hubiera un mañana. Todo eso suma puntos.
Y luego está la genética. Si tus padres o abuelos tienen hipertensión, tus probabilidades aumentan. La edad también cuenta ya que con los años, nuestras arterias pierden elasticidad y eso favorece la subida de presión. Pero ojo, tener riesgo no significa que sea inevitable.
¿Cómo saber si la tienes?
Aquí no hay lugar para las corazonadas. La única forma fiable de saberlo es medirla. Puedes hacerlo en casa con un tensiómetro, pero lo ideal es acudir a revisiones médicas con cierta frecuencia. Especialmente si tienes más de 40 años o antecedentes familiares.
Algunos notan síntomas como dolor de cabeza, mareos, visión borrosa o pitidos en los oídos, pero la mayoría no siente nada. Por eso se le conoce como “el asesino silencioso”.
En muchos casos se puede controlar sin medicación. Y aunque el médico recomiende pastillas, los cambios de estilo de vida siguen siendo fundamentales. Aquí van algunas claves que marcan la diferencia:
- Reduce el consumo de sal y ultraprocesados: El 80% de la sal que tomamos no está en el salero, sino en los alimentos precocinados. Empieza a mirar etiquetas y te vas a sorprender.
- Muévete un poco cada día: No hace falta correr maratones. Caminar media hora, subir escaleras, bailar o nadar es suficiente para activar el cuerpo.
- Baja de peso si lo necesitas: Solo con perder entre 4 y 5 kilos ya puedes ver una mejora real en tu presión.
- Di no al tabaco y modera el alcohol: Fumar endurece las arterias y beber en exceso también afecta la presión. Dejar el tabaco, aunque cueste, es de lo mejor que puedes hacer por tu salud.
- Aprende a gestionar el estrés: El cortisol (la hormona del estrés) es uno de los grandes culpables de la hipertensión. Dormir bien, respirar hondo o simplemente desconectar del móvil media hora pueden ayudarte más de lo que crees.
La hipertensión no tiene por qué convertirse en un problema mayor. Con un poco de información, compromiso y buenos hábitos, se puede prevenir y controlar. El primer paso siempre es saber que está ahí y el segundo, actuar. Porque no se trata de vivir con miedo, sino de vivir con conciencia.